El curioso origen de los símbolos tipográficos

printing pressDesde la invención de la imprenta a mediados del siglo XV, cuando la creación de Johannes Gutenberg abrió paso a la Edad Moderna, los imprenteros de todo el mundo debieron recurrir a la creatividad para poner por escrito aquello que estaba en boca de todos. La representación gráfica del discurso no comienza en 1450, está claro, pero los significados de los símbolos escritos se vuelven mucho más fijos a partir de los procesos industriales que permiten la reproducción mecánica de las obras. Es así que a finales del siglo XV, el imprentero italiano Aldo Pio Manuzio desarrolla por primera vez el uso de la coma [,] como elemento de separación dentro de una frase.  Anteriormente, el símbolo reservado para las pausas breves en el discurso era la barra [/]; pero, a partir de Manuzio, esta quedó relegada sobre todo a su uso matemático (en la actualidad, desde el surgimiento de la Red, la barra vive una nueva era de esplendor). Manuzio, que fue el tipógrafo y editor más destacado de su tiempo, impuso también el uso del punto como elemento de clausura de la oración, así como la forma moderna del apóstrofe y del acento gráfico.

Otros símbolos tipográficos tienen un origen anterior, como el curioso et [&], más conocido como ampersand. Este símbolo, cuya forma remite a la caligrafía que le da su nombre latino (es decir, que está formado por una E y una T unidas en cursiva), ya se utilizaba hace dos mil años.  Por aquel entonces se estilaba representar la conjunción latina en forma de ligadura tipográfica, y de ahí proviene tan peculiar trazo. Su nombre moderno más extendido se remonta a la primera mitad del siglo XIX, cuando formaba parte del alfabeto inglés (era la vigesimoséptima letra). Lo usual era recitar el abecedario y terminar con «X, Y, Z, and per se and», lo que equivale a decir: «X, Y, Z y, por sí misma, and«. A fuerza de repeticiones balbuceadas, ese and per se and se transformó, previsiblemente, en ampersand.

Por supuesto, hay también símbolos de adopción reciente. El caso más significativo es seguramente el de la arroba, que, si bien circulaba ya por los libros contables de los mercaderes ingleses como forma de expresar un costo unitario (each at: una E dentro de una A), hace explosión con el surgimiento del correo electrónico y, muchos años después, Twitter. Justamente es esta red social la que me lleva a pensar en qué consecuencias tipográficas tendrá la tendencia actual de condensar los mensajes. ¿Qué nuevos símbolos serán necesarios en esta era en la que todo el mundo pretende decir más con menos?