Localismos futbolísticos del español

En una entrada anterior de este blog (¿El clásico o el derby?), repasé algunos de los términos relacionados con el fútbol que, por el flujo incesante de jugadores latinoamericanos hacia España, los aficionados y periodistas europeos terminaron adoptando. En particular, destacaba el uso cada vez más extendido que se hace en la península ibérica de la voz clásico para designar a aquellos partidos que enfrentan a rivales tradicionales. Menos generalizado, pero igualmente presente en los círculos más futboleros, está el uso del argentinismo arquero para designar al jugador que en España se conoce desde siempre como portero. El arquero defiende su arco haciendo atajadas, mientras que el portero se dedica a proteger la portería mediante sus paradas. Cuando una de estas acrobáticas estiradas no es estrictamente necesaria, en Argentina se suele decir que el arquero se tiró para la foto. Por una cuestión demográfica, resulta menos probable la adopción del uruguayismo golero, que se deriva del inglés goalie y sirve para referirse al mismo jugador.

Sin embargo, sí procede del Uruguay el nombre que en toda Latinoamérica, y de manera reciente también en España, se da a los fieles seguidores de un club de fútbol: hinchas. La opción española para estos personajes centrales del mundo futbolístico no se ha extendido (¡afortunadamente!) al otro lado del Atlántico: se trata de la muy folclórica forofo.

Es muy argentino el uso del verbo picar aplicado a la pelota: picarla es golpear de manera sutil la parte inferior del balón, de manera de lanzarlo suavemente por arriba del arquero rival, con destino de gol. En España, el resultado de esa acción, si se la ejecuta bien, se conoce como vaselina. Otro golpeo de jugador habilidoso es el que en los potreros argentinos se bautizó como rabona, y que consiste en pasar el pie hábil por detrás del otro talón para tocar la pelota. Ese término también pasó al habla de España de la mano de argentinos como Diego Armando Maradona, que a menudo practicaba rabonas en los campos europeos (así como intentaba goles olímpicos, esos que se meten directamente desde el córner, o saque de esquina). Una de las máximas demostraciones de habilidad con el balón está dada por aquello que en España se conoce como regate, en el Río de la Plata se llama gambeta; engañar al contrario con un movimiento del cuerpo para superarlo territorialmente. El verbo que se utiliza en México y Centroamérica resulta de lo más adecuado, ya que se habla de burlar.

Otras expresiones tienen un origen más claro, o al menos resulta más fácil identificar al responsable de su difusión. De las entrevistas al entrenador Juan Carlos Lorenzo en los años setenta quedó la costumbre de llamar puñales a esos delanteros rápidos e incisivos. De los métodos de César Luis Menotti, España adoptó el término achique para aludir a la reducción de espacios provocada por el movimiento de los jugadores de un equipo respecto del otro.

Por otra parte, cuando se trata de términos de circulación privada, que no trascienden en los medios, los usos quedan aislados regionalmente. Así, el partido jugado entre amigos, sin cámaras ni seguidores de por medio, se llama pachanga en España, picadito en Argentina, mejenga, en Costa Rica, caimanera en Venezuela y chamusca en Guatemala.

En conclusión, vemos que son muchísimos los elementos lingüísticos que estas dos regiones comparten, y la flexibilidad creciente del mercado de pases deportivos no hace más que augurar un intercambio cada vez más intenso en lo que respecta al léxico en común. Queda por responder uno de los más grandes misterios lingüístico-futbolísticos de la actualidad: ¿cómo es posible que Lionel Messi, emigrado a Barcelona con solo 12 años, no exhiba, en su discurso ya adulto, la más mínima evidencia de esa inmersión en la realidad idiomática española?