Un idioma para morirse

Existen hoy en día lugares recónditos donde todavía subsisten tribus y comunidades totalmente aisladas del mundo exterior. Es muy poco lo que se sabe sobre ellos, como por ejemplo cómo está organizada su sociedad, sus costumbres, sus creencias, sus dietas, y por supuesto, sus idiomas.

Dentro de este grupo de comunidades cuasi desconocidas tenemos un caso extremo: la pequeña isla Sentinel del Norte, ubicada en el archipiélago Adamán en el océano Índico. ¿Qué es lo que hace tan particular a este grupo de isleños? Bueno, desde que se conoce la isla sus pobladores han dejado desde el principio un mensaje muy claro: nadie ajeno a la isla es bienvenido. Quien quiera pisar sus paradisíacas playas recibirá inmediatamente la pena de muerte, sin mediar palabras o advertencias. Es por esto que está totalmente prohibido por el gobierno de la India acercarse a la isla, no solo por el riesgo de muerte segura, sino también porque cualquier enfermedad, incluso una simple gripe traída de afuera puede matar a toda la población.

Lo mejor entonces es dejarlos solos. Pero, ¿qué se sabe sobre ellos realmente? Se calcula que estos indígenas llegaron a la isla desde África hace aproximadamente 50.000 años, manteniendo su origen étnico y su cultura intactas desde entonces. Se sabe que viven de la caza, la pesca y recolección de frutos, pero se desconocen totalmente sus costumbres y forma de vida. Conocer su idioma podría ser la llave para entender la evolución de otras lenguas indígenas. Es la figurita difícil para los expertos en lingüística y antropólogos. Pero saben que el precio por querer investigar es seguramente la muerte.

Sentinel del Norte fue noticia hace poco ya que un joven misionero estadounidense se atrevió a desembarcar ilegalmente en la isla para enseñarles la palabra de Dios a los pobladores, pero apenas llegó a la playa, los indígenas lo recibieron con una lluvia de flechas envenenadas en vez de palabras.

Hasta donde se sabe, solo un hombre, un antropólogo, pudo interactuar con los isleños y vivir para contarlo. Su truco fue llegar con regalos, nunca pisar la isla sino quedarse en el agua donde apenas podía hacer pie, y siempre retroceder cuando los sentineleses se mostraban molestos o amenazantes. A pesar de estos encuentros cercanos, el antropólogo tampoco pudo averiguar mucho sobre ellos. Así que su cultura e incluso la cantidad de habitantes de la isla sigue siendo un misterio. Y por supuesto, no contamos con ningún traductor para su idioma. Tal vez realmente lo mejor es dejarlos en paz, ¡y no morir en el intento!