Limpiar o no limpiar… esa es la cuestión

Piensen en las cosas de su vida que realmente aprecian. Y por cosas me refiero a objetos reales: su llavero, su dispositivo preferido, su raqueta de tenis, tal vez un recuerdo de la infancia, un libro que han leído muchas veces, o algo que trajeron de un viaje al extranjero. ¿Alguno de estos objetos tienen un significado especial? ¿Alguno de ellos los hacen sentir bien cuando los ven?

Algunos de estos objetos pueden, por sí mismos, cambiar la apariencia de una habitación entera. Otros les dan habilidades especiales: intenten abrir una botella de vino sin un sacacorchos. Estas funciones y asociaciones dan a cada objeto su lugar en cada casa, y, desprovistos de ellas, el conjunto de estos objetos se convierte en un gran desorden. Cuando uno decide hacer una buena limpieza anual, los objetos más importantes y significativos se quedan, y el resto se tiran.

Este fenómeno es similar a lo que sucede cuando los lingüistas analizan páginas llenas de texto. Hay palabras que son significativas y útiles, armoniosas y brillantes, y luego está el desorden, hay ruido, hay oscuridad y perdición.

En el lado positivo, hay palabras que son divertidas, peculiares, elegantes. Hay palabras cargadas de significado, color y vida, y palabras que tienen el uso exacto para decir lo que uno quiere decir. Hay una manera de escribir que es simple, potente, limpio, ordenado, hermosa, muy parecido a un hogar organizado y bien decorado.

Sin embargo, por cada casa sucia, también hay una palabra sucia, y por cada tubería rota, hay una frase con su gramática rota, hay patios sin cercas y oraciones mal construidas, hay acumulación de chucherías y de palabrerío sin sentido, hay inundaciones, incendios, guerras, y… (creo que entienden la idea).

Es cierto que algunas personas no podrían limpiar ni mantener sus casas ni aunque sus vidas dependiera de ello, pero de todas maneras entienden la importancia del orden y la limpieza. Contratan a profesionales que se dediquen a eso: decoradores, plomeros, pintores. De la misma manera, todo el mundo debería ser capaz de entender la importancia de los documentos bien escritos. No necesitan ser Borges o Cervantes para discernir el buen español del malo, solo hay que saber que hay una diferencia.

Los lingüistas no están aquí para hacer alarde de sus conocimientos, ni para fastidiarlos por sus errores. Están aquí para ayudarles a ver la luz y hacer su vida mejor y más fácil.