Otros símbolos tipográficos tienen un origen anterior, como el curioso et [&], más conocido como ampersand. Este símbolo, cuya forma remite a la caligrafía que le da su nombre latino (es decir, que está formado por una E y una T unidas en cursiva), ya se utilizaba hace dos mil años. Por aquel entonces se estilaba representar la conjunción latina en forma de ligadura tipográfica, y de ahí proviene tan peculiar trazo. Su nombre moderno más extendido se remonta a la primera mitad del siglo XIX, cuando formaba parte del alfabeto inglés (era la vigesimoséptima letra). Lo usual era recitar el abecedario y terminar con «X, Y, Z, and per se and», lo que equivale a decir: «X, Y, Z y, por sí misma, and«. A fuerza de repeticiones balbuceadas, ese and per se and se transformó, previsiblemente, en ampersand.
Por supuesto, hay también símbolos de adopción reciente. El caso más significativo es seguramente el de la arroba, que, si bien circulaba ya por los libros contables de los mercaderes ingleses como forma de expresar un costo unitario (each at: una E dentro de una A), hace explosión con el surgimiento del correo electrónico y, muchos años después, Twitter. Justamente es esta red social la que me lleva a pensar en qué consecuencias tipográficas tendrá la tendencia actual de condensar los mensajes. ¿Qué nuevos símbolos serán necesarios en esta era en la que todo el mundo pretende decir más con menos?