Al traducir, siempre se encontrará alguna forma de mejorar el texto, siempre se podrá retocar, siempre se podrá decir de otra manera. Elegimos palabras y formulamos oraciones sabiendo de antemano que existen otras opciones. Además, dado que el lenguaje no es estático, se debe volver a traducir lo ya traducido porque, como los humanos, las traducciones envejecen y piden que cada cierto tiempo se las renueve.
Por ejemplo, si tomamos el inicio de Ricardo III, de Shakespeare, podemos observar las diferencias que ocurren entre una traducción y otra. Luis Astrana Marín publicó en 1951 la siguiente traducción: “Ya el invierno de nuestra desventura se ha transformado en un glorioso estío por este sol de York, y todas las nubes que pesaban sobre nuestra casa yacen sepultas en las hondas entrañas del Océano”. Por otro lado, Pedro Mairal lo tradujo de esta forma (y como poema): “Ahora ya el invierno de nuestra mala suerte/Se convirtió en verano por este sol de York/Y toda la tormenta que amenazó la casa/Se hundió en la entraña oscura del océano”. Y, como último ejemplo (aunque hay una gran cantidad de versiones), Andrés Bello dice: “Ya el invierno de nuestra desgracia se ha convertido en un glorioso estío por este sol de York, y todas las nubes que pesaban sobre nuestra casa yacen sepultas en las hondas entrañas del mar”.
La traducción invita a un trabajo eterno; no obstante, aunque puede parecer algo abrumador, no lo es. Es, en cambio, una celebración infinita del lenguaje, un constante rehacer del mundo y de la lengua propia. En Trusted Translations nos esforzamos por renovarnos diariamente, así que no dude en consultarnos si necesita traducir, editar o “actualizar” una traducción ya hecha.