Estas traducciones conocidas como bellas infieles omitían palabras que causaran sobresalto en el lector como “borrachera”, “orgía” y “sodomía”. El problema surgió cuando estas traducciones dejaban “irreconocibles” los textos de origen y pasaban a ser obras inéditas. Hoy, gracias a la teoría de la traducción, es posible obtener traducciones “bellas fieles”.
A continuación, veremos al ícono francés reconocido por sus traducciones de los clásicos.
Anne Dacier, la traductora de los clásicos en griego y latín al francés
Como comenzamos a ver en nuestro artículo anterior, Ser fiel o no ser fiel: esa es la cuestión, las pioneras de la traducción realmente merecen ser reconocidas por su dedicación y por su vocación. Hoy recordaremos a un ícono francés de la traducción: Anne Dacier, filóloga y escritora.
Anne Le Fèvre nació en 1647. Su padre era el filósofo Tanneguy Le Fèvre. En 1664, se casó con quien publicara las obras de su padre, Jean Lesnier. En 1672, al morir su padre, se separó de Lesnier para ir a vivir a París con André Dacier, miembro de la Academia Francesa y brillante alumno de su padre, de quien tomó el apellido. En 1683, se casó con André Dacier. En 1684, la pareja se retiró para dedicarse al estudio de la Teología, y anunció en 1985 su conversión al catolicismo.
Entre sus traducciones, se destacan: las de Anacreonte y Safo (1681), varias obras de Plauto y Aristófanes (1683-84), Terencio (1688), La Ilíada (1699) y La Odisea (1708).
El padre de Madame Dacier, profesor de la academia de Saumur, fue una figura determinante para su hija, pues de su padre heredó un sentido crítico con fundamentos filológicos que se plasmaron en su obra con un estilo muy personal. Madame Dacier introdujo nociones propias tales como la no traducción o la traducción parcial, a fin de reconstruir el texto de manera explicativa, pero no se permitió tocar los límites de la traducción literal, ni de la traducción libre. El resultado fue el equilibrio justo.